jueves, 5 de marzo de 2009

Trucos infantiles para no comer la comida


Los chicos pequeños son insufribles con respecto a la comida: cada almuerzo y cena es un drama. En primer lugar, durante años suelen repetir-en cada comida y por enésima vez- las mismas prohibidísimas chanchadas que saben que nos se hacen jamás: hablar con la boca llena, limpiarse la salsa de la cara con la manga y las manos en la pared o los pantalones, abalanzarse sobre la fuente volcando todo lo que hay sobre la mesa, empujar la comida afuera del plato terminar comiendo fideos con las manos, meterse bocados de medio metro en la boca, sacarle la comida del plato al comensal de al lado y sacarle toda la cebolla a cada porción de tarta, etc. Verlos cometer esa barbaridad de infracciones nos lleva a interrumpir cualquier interesante tema de conversación con frases trilladas de las que decimos dieciocho veces por día pero que por alguna extraña razón no puede entrarles en la cabeza, como: “No te limpies con la manga, usá la servilleta”, “Poné el vaso más adentro que se va a volcar”, “No podés escupir lo masticado”, “No podés limpiarte en la pared”, etc.
Esto, de por sí, irrita muchísimo. Lo bueno es que te hace bajar de peso. Una vez una amiga me dijo: “ Che, desde que tenés y hijos estás flaquísima, ¿cómo hiciste?” y yo le dije: “Es que me da tanto asco verlos comer que me sacan el hambre”.
Ellos prefieren abrir la heladera y picar lo que quieren en lugar de sentarse a la mesa con los padres, por supuesto. No hablo de los 18 años. ¡ Hablo de lo que pasa a los 18 meses!
Hay otros modos en que los chicos evitan comer, que son igualmente irritantes: uno es revolver la comida del plato durante todo lo que dure la cena, poniendo la lechuga a la derecha, y la carne a la izquierda para después poner la lechuga a la izquierda y la carne a la derecha. Después se pone la carne más allá y la lechuga más acá, y más tarde se van poniendo las arvejitas de a una en el centro, y la carne en los bordes. La idea es que una crea que están comiendo cuando en realidad lo que están haciendo es cambiar la comida de lugar en el plato.
El otro truco es cantar a la hora de comer. Ellos saben que en casa no está prohibido cantar: al contrario, es algo que se estimula. El problema es que si cantan todas las canciones de Maria Elena Walsh y de las películas de Disney juntas, tienen un pretexto ideal para no probar bocado ya que es mala educación cantar con la boca llena.
Otro rebusque infantil es dar vuelta una por una todas las hojitas de la ensalada diciendo: "Me parece que vi un bichito", y buscarlo en cada papa frita y salchichita del menú durante todo el tiempo que dure la cena y rehusarse a comer porque la comida “tiene un bichito".
Como argucias no les faltan, algunos optan por ir al baño en el momento exacto en que se sirve la comida, y permanecer ahí como media hora, esperando que no quede nada en la cacerola. Como saben que una nunca les niega permiso para ir al baño, a veces funciona. Pero les sale el tiro por la culata. Porque terminan teniendo que comerse los restos fríos. Lo que desencadena otro drama.
Otra manera de saltearse e almuerzo sentados a la mesa es llorar porque "Me mordí la lengua", "Me corté con el cuchillo", "Me duele la panza”, “Me apreté la rodilla con la mesa"o "Martín me pegó". Cualquier queja es válida si les sirve para zafar de comer. También suelen inspeccionar el interior de un zapallito relleno hasta desintegrar el bocado de modo tal que quede un emplasto irreconocible, y por ende, incomible.
Si llevaron a la mesa un chiche que los distraiga, es seguro que no van a probar nada de lo que le sirvamos. Si les sacamos el chiche, ellos igual se las rebuscan para jugar con escarbadientes, el salero o las servilletas... y no comer.
El agua también sirve para no comer. Consiste en reclamar a gritos durante toda la comida "Quiero agua, agua, agua.", bajarse un litro y medio de agua en todo el almuerzo, y después decir “ No quiero, estoy lleno, tomé mucha agua”.
En casa hemos terminado muchísimos almuerzos o cenas con cuatro personas amargadas e indigestadas por las vueltas que daba un chico de cinco años para evitar comer, trastornando a los demás e impidiendo el normal desarrollo de una conversación amena que trate otros temas aparte de :“Sentate derecho/ El cuchillo va en la otra mano/ Ojo con el vaso/ Levantá lo que tiraste/ Voy a contar hasta tres, y si no comés eso, además te voy a dar hígado”.
La madera de mi mesa está saturada de la sal de innumerables lágrimas infantiles a la hora del almuerzo familiar, momento en que hemos negociado absurdas transacciones del tipo:“Si te comés tres bocados más de carne podés dejar el puré” o “Si no comés la carne tenés que comer seis cucharadas de puré. Bueno, cinco, si después te comés una banana”...y así hasta la hora del té.
Que un chico caprichoso con la comida deje al fin el plato vacío es algo que quisiéramos festejar descorchando champagne francés...¡si no fuera porque al rato encontramos que todo lo que pensábamos que al fin habían comido está desparramado debajo de la mesa!

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